La primera vez que me rompieron el corazón, no fue una ruptura ruidosa, sino un silencio que me acompañó por mucho tiempo.
La vida solía ser sencilla, sin grandes desilusiones. Los aires eran de añoranza, de ingenuidad. Quizás fue mi edad, o mi inexperiencia. El caer en una amistad que va mas allá de la amistad pero que no concreta en ser “algo”.
El amor era una brisa suave, eran los rayos del sol por la mañana, y un leve aroma a lavandas. El amor eran las manos suaves sobre el regazo, eran círculos dibujados sobre la palma de la mano, eran susurros de “te quiero”, era un bolero estelar.
Un viaje improvisado a Bogotá, un sinfín de promesas inalcanzables. Recuerdo ese viaje con una mezcla de emoción y un vago presentimiento que, en ese entonces, no podía nombrar. Bogotá me recibía con un cielo nublado, grises de presagio. El bullicio de la ciudad me resultaba familiar, pero las calles, los murales, me parecían desconocidos, un escenario diferente a aquél en donde comenzaba nuestra historia unos años antes.
Es curioso pensar en como la ilusión le da color a la vida, incluso si la ciudad está nublada, incluso si la tibieza de las manos no es la misma. Fue una semana de caminatas por chapinero, entre museos, cortos cinematográficos, fueron dos mañanas de aprender linografía, fue una aventura de medianoche a Cartagena. Pero con cada día, con cada calle recorrida y cada conversación que parecía quedar a medias, me fui dando cuenta de que algo se estaba perdiendo. El amor parecía difuso, como la neblina que se posa por la tarde sobre las montañas.
Una tarde aislados de la ciudad, caminando por el jardín botánico, inundados de un silencio que comenzó a saberme a despedida. No fue una discusión, ni siquiera una confesión. Fue solo silencio, que imperceptiblemente lo decía todo.
Aprendí que a veces el dolor no grita, se queda ahí, callado, tomándome la mano mientras vamos en un uber hacia el aeropuerto, como si de algún modo me consolara del hecho de que me había dejado de querer. Era silencio mientras lloraba incesantemente, era mirarme sin emoción. Era un semblante serio.
La primera vez que me rompieron el corazón no fue con palabras, fue con un corte abrupto de la ternura. Fue con indiferencia. Fue con la ciudad de fondo, siendo testigo de cómo algo se rompía dentro de mí, en silencio, mientras el mundo seguía girando.
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Un beso,
Margo